Vindicación y reivindicación del ojo. ¿No sería acaso la historia del arte moderno la historia de su exclusión? Georges Bataille la ha contado admirablemente; y sobre todo: ha querido avisarnos de los peligros de pretender verlo todo; esa enfermedad moderna que desciende fulminantemente sobre los protagonistas de su Histoire de l’oeil (…)
Durante los años que estudiaba en la universidad, el váter como lugar de asilo perdió importancia. En vez de él vinieron cada vez más edificios, espacios y lugares. Y en éstos ya no tenia que entrar físicamente. Por regla general bastaba simplemente con que viera «el objeto que necesitaba». Éste podía ser un cobertizo, en alguna parte, para guardar herramientas, la cochera de los tranvías, un autobús que había quedado vacío durante la noche, un búnker subterráneo, aunque estuviera medio destruido por un ataque de sabe Dios qué guerra. La misma función podían cumplir espacios que en realidad, por sí mismos, no eran propiamente tales: la simple vista del espacio vacío que había dejado una rampa, la rampa de carga de una lechería, de una empresa de transportes o simplemente cualquier otra rampa, podía anunciar un posible refugio o una zona donde retirarse, y a veces paneles de carteles de propaganda comercial o electoral convertidos en pirámides si no en verdaderos cobijos eran posibles lugares de permanencia donde uno imaginaba que podía estar a cubierto, sin mojarse y caliente, cuando menos más caliente y más en casa que fuera, al aire libre.
Peter Handke. Ensayo sobre el Lugar Silencioso, Pág. 41.
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“Vamos a imaginar que nos perdemos en el desierto de Australia. Nos perdemos y preguntamos a un aborigen cómo se llega a nuestro destino. Este se quedará unos instantes pensando, recordando el camino exacto. Después nos mirará seguro de sí mismo y comenzará a cantar. Cuando acabe, probablemente le volveremos a preguntar.
-Muy bonita la canción, pero ¿podría indicarnos el camino?
El aborigen se marchará ofendido. En su canción estaba el camino”.
¿No lo he dicho ya? – escribía Rilke en “Los cuadernos de Malte Laurids Brigge” – Estoy aprendiendo a ver. Sí, este es el comienzo. Todavía no se me da demasiado bien. Pero me esforzaré al máximo. Por ejemplo, nunca me había preguntado cuántas caras existen. Hay una cantidad enorme de personas, pero hay muchas más caras porque cada persona tiene varias.
“Have I said it before? I am learning to see. Yes, I am beginning. It’s still going badly. But I intend to make the most of my time. For example, it never occurred to me before how many faces there are. There are multitudes of people, but there are many more faces, because each person has several of them. There are people who wear the same face for years; naturally it wears out, gets dirty, splits at the seams, stretches like gloves worn during a long journey. They are thrifty, uncomplicated people; they never change it, never even have it cleaned. It’s good enough, they say, and who can convince them of the contrary? Of course, since they have several faces, you might wonder what they do with the other ones. They keep them in storage. Their children will wear them. But sometimes it also happens that their dogs go out wearing them. And why not? A face is a face.Other people change faces incredibly fast, put on one after another, and wear them out. At first, they think they have an unlimited supply; but when they are barely forty years old they come to their last one. There is, to be sure, something tragic about this. They are not accustomed to taking care of faces; their last one is worn through in a week, has holes in it, is in many places as thin as paper, and then, little by little, the lining shows through, the non-face, and they walk around with that on.”
«A medida que avanzaba aprendía más sobre mi propio cuerpo que sobre la superficie del muro. Era como caminar en mi piel y caminar en la piel del espacio.» G. Penone, La imagen del tacto, op. cit., p. 4.
G, Penone [1984], citado en G. Celant, Giuseppe Penone, op. cit., p. 156: «Lo mismo que el cerebro que tiene necesidad de espacio, incapaz como es de imaginarse en su espacio real, con mayor razón el hombre se siente oprimido en los espacios que tienen techos bajos. Es que la idea misma del pensamiento, y de la propagación del pensamiento, reclama un techo cóncavo. Sin duda, esta es la razón por la cual, en el pasado, la escultura figurativa se colocaba bajo arcos, en nichos, en el fondo de las ábsides.»
«Es un verdadero paisaje, con depresiones, lechos de quebradas y ríos, montañas, mesetas, un relieve parecido a la corteza terrestre. El paisaje que nos rodea, lo poseemos al interior de esta caja de proyección. Es el paisaje dentro del cual pensamos, el paisaje que nos envuelve, un paisaje para recorrer, para conocer.» Id., La imagen del tacto. op. cit., p. 7.
«Penone no se ha contentado con el proceso de frottage: recientemente ha tomado el molde de un cráneo y, tomando el molde del molde, desarrollando y repitiendo muchas veces la operación, ha terminado por formar una especie de enorme cebolla donde se superponen las gangas, las «pieles» virtuales del cráneo en metamorfosis. Se piensa en un iglú de yeso – es una habitación en todo caso. Es un lugar por excelencia, que nos enseña lo que «umbral» o «habitación» quieren decir: sería habitación no el sitio dentro de lo cual habitamos, sino lo que nos habita y nos incorpora a un tiempo.» G. Didi-Huberman, Ser cráneo: lugar, contacto, pensamiento, escultura.
La fuerza de una carretera varía según se la recorra a pie o se la sobrevuele en aeroplano. Así también, la fuerza de un texto varía según sea leído o copiado. Quien vuela, sólo ve cómo la carretera va deslizándose por el paisaje y se desdevana ante sus ojos siguiendo las mismas leyes del terreno circundante. Tan sólo quien recorre a pie una carretera advierte su dominio y descubre cómo en ese mismo terreno, que para el aviador no es más que una llanura desplegada, la carretera, en cada una de sus curvas, va ordenando el despliegue de lejanías, miradores, calveros y perspectivas como la voz de mando de un oficial hace salir a los soldados de sus filas. Del mismo modo, sólo el texto copiado puede dar órdenes al alma de quien lo está trabajando, mientras que el simple lector jamás conocerá, los nuevos paisajes que, dentro de él, va convocando el texto, esa carretera que atraviesa su cada vez más densa selva interior: porque el lector obedece al movimiento de su Yo en el libre espacio aéreo del ensueño, mientras que el copista deja que el texto le dé órdenes. De ahí que la costumbre china de copiar libros fuera una garantía incomparable de cultura literaria, y la copia, una clave para penetrar en los enigmas de la China.
Walter Benjamin, Dirección única, capítulo Porcelana china
El derecho a la pereza es un ensayo habitualmente considerado utópico del autor francocubano Paul Lafargue, su primer trabajo teórico, redactado en Inglaterra en 1880 para su primera publicación en el diario L’Egalité y posteriormente, como folleto 1883.
En la obra, Lafargue realiza una critica marxista del sistema económico nacido del capitalismo, cuyo desarrollo, concluye, desembocaría en una crisis de superproducción, causa de paro y miseria entre la clase trabajadora. Ensalzando el ocio, Lafargue propone la revolución social y la consagración de nuestro tiempo personal a las ciencias, el arte y la satisfacción de las
necesidades espirituales. (Fuente)
“Una extraña pasión invade a las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista: una pasión que en la sociedad moderna tiene por consecuencia las miserias individuales y sociales que desde hace dos siglos torturan a la triste Humanidad. Esa pasión es el amor al trabajo, el furibundo frenesí del trabajo, llevado hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su progenitura. En vez de reaccionar contra esa aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacrosantificado el trabajo. Hombres ciegos y de limitada inteligencia han querido ser más sabios que su Dios; seres débiles y detestables, han pretendido rehabilitar lo que su Dios ha maldecido. Yo, que afirmo no ser cristiano, ni economista, ni moralista, hago apelación frente a su juicio al de su Dios, frente a las prescripciones de su moral religiosa, económica o librepensadora, a las espantosas consecuencias del trabajo en la sociedad capitalista.” [Lafargue, 1980, 117]
Según Lafargue, el sermón de la montaña de Cristo es uno de los pri- meros manifiestos a favor de la pereza: “Contemplad cómo crecen los lirios de los campos; ellos no trabajan, ni hilan, y sin embargo, yo os lo digo, Salomón, en toda su gloria, no estuvo más espléndidamente vestido” (Evangelio según San Mateo, capítulo VI, 28). Jehová mismo, aquel “Dios barbudo y áspero” dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal: “Después de seis días de trabajo se entregó al reposo por toda la eternidad” (Lafargue, 1980, 120).
Javier Krahe regalaba con su último disco "Las diez de últimas", este mismo libro...
Nadie podría exponer el asunto más claramente. «El poeta pobre no tiene hoy día, ni ha tenido durante los últimos doscientos años, la menor oportunidad… En Inglaterra un niño pobre no tiene más esperanzas que un esclavo ateniense de lograr esta libertad intelectual de la que nacen las grandes obras literarias.» Exactamente. La libertad intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres siempre han sido pobres, no sólo durante doscientos años, sino desde el principio de los tiempos. Las mujeres han gozado de menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres no han tenido, pues, la menor oportunidad de escribir poesía. Por eso he insistido tanto sobre el dinero y sobre el tener una habitación propia. Sin embargo, gracias a los esfuerzos de estas mujeres desconocidas del pasado, de estas mujeres de las que desearía que supiéramos más cosas, gracias, por una curiosa ironía, a dos guerras, la de Crimea, que dejó salir a Florence Nightingale de su salón, y la Primera Guerra Mundial, que le abrió las puertas a la mujer corriente unos sesenta años más tarde, estos males están en vías de ser enmendados. Si no, no estaríais aquí esta noche y vuestras posibilidades de ganar quinientas libras al año, aunque desgraciadamente, siento decirlo, siguen siendo precarias, serían ínfimas. (Páginas 77-78)