Las esquinas pueden ser otras

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Centro administrativo de Bruselas

La movilidad física de grupos importantes de gente implica cierta cantidad de movilidad social y cultural, y una evolución correspondiente de las instituciones.

Turner, Edith y Victor. “El Centro está afuera: la meta del peregrino”, Historia de las religiones, 1973.

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Museo Magritte de Bruselas

“Dichoso quien no tiene una patria; la contempla todavía en sus sueños”.

Hannah Arendt, 1946.

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Periferia de París (octubre 2016)

W. B.
Volverá algún día el crepúsculo de la tarde,
Desde las estrellas caerá noche.
Yacerán nuestros miembros extendidos
en las cercanías, en las lejanías.
De las oscuridades suenan
breves dulces melodías.
Para perder la costumbre
agucemos el oído,
rompamos al fin las filas.
Voces lejanas, cercana aflicción:
aquellas voces de aquellos muertos,
que enviamos por delante como heraldos
para que nos guíen en el sueño.

Hannah Arendt, 1942.

W. B.
“Dusk will come again sometime.
Night will come down from the stars.
We will rest our outstretched arms
In the nearnesses, in the distances.

Out of the darkness sound softly
Small archaic melodies. Listening,
Let us wean ourselves away,
Let us at last break ranks.

Distant voices, sadnesses nearby.
Those are the voices and these the dead
Whom we have sent as messengers
Ahead, to lead us into slumber.”

Hannah Arendt, 1940.

Heureux celui qui n’a pas de patrie

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Bruselas (octubre)// Brussels (October, 2016)

The outermost, merely quite peripheral aspect of the ambiguity of the arcades is provided by their abundance of mirrors, which fabulously amplifies the spaces and makes orientation more difficult. Perhaps that isn’t saying much. Nevertheless: though it may have many aspects, indeed infinitely many, it remains-in the sense of mirror world-ambiguous, double-edged. It blinks, is always just this one-and never nothing-out of which another imnediately arises. The space that transforms itself does so iI, the bosom of nothingness. In its tarnished, dirtied mirrors, things exchange a Kaspar-Hauser-Look with the nothing: it is an utterly equivocal wink coming from nirvana. And here, again, we are brushed with icy breath by the dandyish name of Odilon Redon, who caught, like no one else, this look of things in the mirror of nothinguess, and who understood, like no one else, how to join with things in their collusion with nonbeing. The whispering of gazes fills the arcades. There is no thing here that does not, where one least expects it, open a fugitive eye, blinking it shut again; and should you look more closely, it is gone. To the whispering of these gazes, the space lends its echo: “Now, what;’ it blinks, “can possibly have come over me?” We stop short in some surprise. “What, indeed, can possibly have come over you?” Thus we gently bounce the question back to it.

“The Arcades of París”, p. 878.

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Bruselas (octubre)// Brussels (October, 2016)

Un aspecto de la ambigüedad de los pasajes: su abundancia de espejos, que amplían el espacio como en un cuento de hadas, dificultando la orientación. Pues aunque este mundo de espejos pueda tener varios e incluso infinitos significados, sigue siendo ambiguo. Parpadea; es siempre este uno y jamás nada, de donde sale enseguida otro. El espacio, que se transforma, lo hace en el seno de la nada. En sus turbios y sucios espejos, las cosas intercambian una mirada-Kaspar Hauser con la nada. Hay por tanto un ambiguo pestañeo desde el nirvana. Y de nuevo nos roza con frío aliento el nombre del galante de Odilon Redon, que captó como nadie esta mirada de las cosas en el espejo de la nada, y como nadie supo mezclarse en el consentimiento de las cosas con el no ser. Un murmullo de miradas llena los pasajes. No hay allí cosa que no abra un pequeño ojo donde menos se espera, lo cierre parpadeando y, cuando miras de cerca, haya desaparecido. Al murmullo de estas miradas le presta el espacio su eco. ¿Qué puede -parpadea- haber pasado en mí? Quedamos perplejos. Sí, ¿qué puede haber pasado en ti? Y de este modo le devolvemos delicadamente la pregunta. •Flâneur.

Walter Benjamin, Libro de los Pasajes, (1940), pág. 556