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La cuestión femenina, o “el problema de la mujer”:
¿qué debían hacer las mujeres en un mundo industrial?
Desde el punto de vista masculino, era un problema de control social. La mentalidad que enmarcó la cuestión femenina nació con la aparición del nuevo orden, en la lucha contra la autoridad patriarcal.
El “buen salvaje” de Rousseau era, como su mujer ideal, “compasivo y dadivoso”. Darwin consideraba que algunas de estas facultades eran características de las razas inferiores y, por consiguiente, de un estado de civilización pasado y menos desarrollado. La ciencia dedujo que el cuerpo femenino era, “no sólo primitivo, sino patológico”, mientras que su psique era “terra incognita” o un enigma, según Freud.
La primera generación de feministas norteamericanas fueron racionalistas sexuales, complacientes con el mercado, o “mundo masculino” al que deseaban incorporarse, y críticas con el hogar “primitivo” en el cual la mujer casada que no trabajaba fuera se comparaba, según Charlotte Perkins Gilman, con una “prostituta y ama de llaves”. Sin embargo, la segunda generación de feministas adoptó el romanticismo sexual, asegurando que las mujeres debían tener voto porque eran madres, “las guardianas de la raza (blanca)”.
La ciencia, como “nueva religión de expertos”, asumió la defensa del romanticismo sexual que encajaba con las necesidades del sistema. Charlotte Perkins Gilman, Ellen Richards, Margaret Sanger o Jane Addams, fueron defensoras de que la ciencia y sus expertos representaban el progreso. Harían falta dos generaciones para que el “idilio” se deshiciera y las mujeres descubriesen que los expertos les habían traicionado a las ciencias y a ellas.
Apuntes extraídos de las páginas 23-57 de Por tu propio bien: 150 años de consejos expertos a las mujeres. Barbara Ehrenreich y Deirdre English. 2010.
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